jueves, 8 de agosto de 2019

Cuando vi un O.V.N.I.

Nota: Todo lo aquí escrito ocurrió tal y como se describe. 


Hay sucesos que nos pasan en la vida y que guardamos en lo más profundo de nuestro ser porque son demasiado dolorosos de recordar, vergonzosos en algunos casos, o muy surrealistas en otros.

En mi caso, tengo un recuerdo del que por fin me animo a hablar en público. No es un recuerdo vergonzoso, ni doloroso, mas bien se diría que es surrealista. En mi memoria quedó plasmado como el día en que conocí el verdadero terror, el temblor incontrolable de mi cuerpo ante lo desconocido. El día en que me dolió el pecho por los latidos violentos de mi corazón, en que pensé que mi vida había llegado a su fin. El día en que vi un OVNI.

Fue a inicios del año 2000, tal vez a finales de febrero (en cuestión de la fecha mi madre y yo no nos ponemos de acuerdo) En esa época vivía en la casa de mi abuela materna en el costero distrito limeño de Miraflores. La pequeña casita atrás de la calle Berlín tenía un patio interior que comunicaba todo los ambientes de la casa: Sala, cocina, baño... y mi dormitorio. 

Debo hacer la aclaración de que si bien siempre tuve una genuina fascinación por lo sobrenatural, lo misterioso y paranormal, he sido la más dura de las escépticas al momento de ver o sentir cosas que a priori podrían parecer fantásticas. Ni qué decir de lo que otros cuentan sobre sus propias experiencias. Diría que me obligo a mí misma a ser racional y parte de mi fascinación por determinados hechos inexplicables se debe a que son justamente eso: inexplicables. Y yo necesito darle una explicación a todo.

Debo confesar además que si no tuviera un testigo de los hechos que corrobore mi relato, no me animaría ni siquiera a insinuar que alguna vez vi lo que vi. Y este testigo fue mi madre, militante del escepticismo más rancio y enemiga de la ciencia ficción. Al menos hasta ese día.

Tenía yo 17 años. Trabajaba en una cadena de comida rápida y a pesar de ser verano me acostaba temprano porque debía ir al otro lado de la ciudad a primera hora a abrir el local. Mi dormitorio en aquella casa fue construido posteriormente que el resto del inmueble, robandole espacio al patio interior que en otra época había sido un jardín muy frondoso. Por este motivo era yo la más expuesta de toda la familia a cualquier fenómeno que ocurriera al aire libre. 

Estaba en fase de sueño profundo y me costó mucho despertarme. Recuerdo a mi madre dentro de mi habitación a oscuras sacudiéndome mientras me decía en un grito susurrado "¡Ro! ¡Ro!" "¡Despiértate por favor!". Cuando desperté del todo me asusté, algo muy grave debía ocurrir para que me despertara mi madre a esa hora ¿Las 2 am? ¿Las 4am? No sabía qué hora era ni qué ocurría. "¿Qué pasa?" le pregunté -siempre susurrando-, tratando de pensar rápido qué tipo de peligro podíamos estar enfrentando para que mi madre me hablara tan asustada pero tan bajo. De pronto pronunció las palabras más aterradoras que me han dicho jamás: "Necesito que veas lo que hay en el cielo y me digas lo que es". Mi sangre se congeló. Por mi mente pasaron en un segundo miles de posibilidades de lo que podría haber en el cielo en ese momento. ¿Un meteorito? ¿la Segunda Venida? ¿Un avión en llamas? ¿Un OVNI?. 

Salí de la cama en un salto. Antes de cruzar la puerta hacia el patio noté algo que había estado ahí todo el tiempo y en lo que no había reparado: Un zumbido en mis oídos. Hasta el día de hoy mi madre y yo no logramos describir la clase de ruido que se metió en nuestras cabezas. Por mucho tiempo lo describí como el ruido de un motor eléctrico, pero era algo más que eso. Era como una vibración eléctrica, como si te estuvieran haciendo una resonancia magnética desde el interior del cerebro y la energía saliera por los oídos. 

Minutos antes mi madre había estado en su habitación -durmiendo- cuando sintió ese mismo ruido. En una época donde no eran usuales los cargadores de teléfonos móviles o de tablets, ella pensó que el ruido lo hacía el televisor viejo que tenía frente a su cama. El sonido era energía pura, como un transformador eléctrico sobrecargado. Me contó que en medio de la oscuridad total de su habitación tanteó el televisor hasta llegar al cable del enchufe y lo arrancó del tomacorriente, pensando así evitar algún inminente cortocircuito. Pero el ruido continuaba en sus oídos. De pronto entendió que lo que fuera que sonaba estaba encima del techo, o así lo percibía. Fue así como atravesó la casa a oscuras intentando encontrar el origen de esa "sobrecarga". Al seguir el ruido salió al patio y miró al cielo. Un enorme objeto con forma de frejol, proyectando un blanco enceguecedor y resplandeciente, se encontraba posado a unos 15 metros de altura sobre su cabeza.

Boceto de la escena aquella noche
Y eso fue lo que vi al salir de mi dormitorio: algo, alguien, estaba encima de nuestras cabezas suspendido y pilotando algún tipo de nave. Estaba a la altura de un poste de alumbrado público, pero cuatro veces más grande, mil veces más brillante y flotando en la nada. Mi madre me cogió del brazo y me volvió a preguntar "¿Qué es eso?". Yo no tenía idea. ¿Un paracaídas? (por la forma era posible) tan cerca del suelo jamás. ¿Suspendido inmóvil?, imposible. No había vaivén, no se distinguía motor alguno, pero el ruido provenía de esta cosa. ¿Qué es? ¿Qué quiere? Como buena hija de mi generación sabía que si era lo que no me atrevía a decir en voz alta (ovn...) lo que estaba pasando podría ser extremadamente peligroso. Cualquier movimiento debía ser muy bien calculado.

"No te muevas" fue lo único que atiné a decirle a mi madre luego de varios minutos. Quise probar dar un paso y al hacerlo el objeto se alejó un poco. Queríamos despertar a todos pero mi abuela estaba enferma, mi tía madrugaba al día siguiente, mi hermanita pequeña se asustaría mucho, etc. Además según veíamos, cada paso que intentábamos dar "asustaba" al frijol radiactivo que nos iluminaba. Queríamos desesperadamente que alguien más lo viera, despertar al barrio entero, llamar a la prensa, a la policía, cualquier forma de compartir la experiencia con alguien más para que no nos tacharan de locas. En una época en que las cámaras fotográficas aún no recibían llamadas como hoy en día, yo solo disponía de una cámara Kodak analógica que siempre llevaba cargada con un rollo de 24 fotos. Cuando descarté el llamar a alguien más para presenciar al objeto, recordé la cámara en mi habitación. Dudé en ir a buscarla. Si esto era lo que parecía ser, tal vez no les hiciera gracia que les sacara una foto con flash, o dos o diez. Temí quedar evaporizadas por algún centello o terminar siendo abducidas. Moverme e ir a por mi cámara representaría un gran acto de valor. Mi corazón parecía querer salirse de mi pecho. Fue en el mismo segundo que lo pensé y que visualicé mi cámara dentro de mi habitación, que el objeto se empezó a alejar. Ya no estaba a la altura de un poste de alumbrado, ya se veía a la altura de un edificio de 6 pisos. El zumbido en los oídos se desvanecía, el objeto se iba con velocidad con dirección a la calle Berlín. 

Mi madre había permanecido inmóvil como yo, pero al verlo irse las dos corrimos por la casa hasta alcanzar la puerta de la calle. Yo corrí en pijama hasta la esquina, el objeto ya era tan pequeño como la luna en cuarto menguante, luego más pequeño como un avión comercial cruzando el firmamento. Hasta que finalmente desapareció.

"¡Se ha ido hacia el parque Kennedy!" le dije. No me había dado cuenta de que estaba temblando, la voz se me entrecortaba y me resistía a creer que hubiéramos visto un OVNI en todo el sentido de la definición.

Entramos en casa, no queríamos despertar a nadie así que fuimos a mi dormitorio a tratar de ordenar las escenas que acabábamos de presenciar. Mi madre me contó como fue que empezó todo, el ruido en su habitación, luego encima del techo, la luz casi sobre su cabeza cuando salió hacia el patio. Sus reparos en despertarme y su miedo absoluto a no tener ningún testigo de lo que estaba viendo.

Han pasado casi veinte años de esto. Nadie más vió nada esa noche. Esperamos las noticias al día siguiente con la esperanza de que alguien mencionara algo, pero nunca pasó. Después de tantos años, cuando alguien saca el tema OVNI o vemos alguna noticia sobre algún acontecimiento fantástico, mi madre y yo cruzamos miradas cómplices mientras compartimos una sonrisa.

Lo que sea que fuera ese objeto, siempre me quedará la incógnita de qué fue buscar a mi casa, por qué se posó sobre mi patio, porqué permitió que lo observáramos y si logró su objetivo, sea cual haya sido.



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