jueves, 9 de febrero de 2012

Cuando la muerte nos visita...

Después de casi un año retomo las líneas de este empolvado y alicaído blog. Esta vez no se trata de criticar a los progres ni de juzgar lo "políticamente correcto". Se trata de sentimientos. Aquellos que creía perdidos y resultaron siendo encontrados.

Hace unos días la razón de mi vida y existencia, mi pequeña hija, perdió a su papá. No es posible saber a ciencia cierta lo que un niño tan pequeño es capaz de procesar y asimilar respecto a la muerte, pero con cada día que pasa lo voy entendiendo un poco más.

La devoción que este papá sentía por su hija siempre me sorprendió y admiró, y por qué no decirlo ahora, me inspiró. Me dio fuerzas para enfrentarme a la incertidumbre de tener a cargo la vida de un pequeño ser humano. Y es que a pesar de que nuestra relación sentimental llegó a su fin, empezamos casi inmediatamente una nueva relación: La de padres de Alesia. Y juntamos nuestros esfuerzos para darle la bienvenida a esta personita tan dulce y tierna que nos iluminó la vida desde que nació. Hombro con hombro nos complementamos para salir adelante por nuestra pequeña y compartimos llantos y alegrías, enfermedades, malas noches, la gran emoción por sus primeras palabras y su primer día de clases, sus berrinches y sus gestos de amor.

Todo eso lo he perdido. He perdido al papá de mi pequeña. En cada mirada que me da, en cada abrazo, sé que me pide que lo encuentre, que lo traiga de vuelta, y no se cómo hacerlo. El amor que ella disfrutaba ha sido cortado en dos mitades y una de ellas se la robó la muerte. Solo le queda una mitad, mi mitad. Lloro por ella, o ella llora a través mío, no lo sé. Solo sé que el espejo donde se reflejaba mi gozo por la paternidad se rompió. Es muy duro sufrir por uno, pero aun lo es más sufrir por otro, porque sufres el doble.

No lloro por mí, pues yo lo conocí y lo disfruté casi una década entera a mi lado. Lloro porque mi hija no tendrá esa opción, no lo disfrutará un día más, ni nadie disfrutará tanto de ella como su papá.

Estas líneas son un modo de desahogarme ante la implacable voluntad de Dios, que será siempre severa y dolorosa, pero nunca injusta. Sus caminos no son los nuestros, ni nuestro entendimiento es digno de comprender sus designios. Solo sé que esta noche hay una madre que no puede ni sabe como consolar a su pequeña niña. Que en algún lugar hay un padre que muere mil veces en su muerte por no poder ver a su princesa y que una niña espera descubrir pronto el camino para llegar al cielo y visitar al gran amor de su corta vida: Su papá.

Descansa en paz Rolín Acuña.

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